La
pregunta de Doña Montse se quedo flotando en el aire como si buscara una respuesta.
¿Cómo podía un padre vender a su hija?
-Eso
no puede ser-balbuceé
incrédulo.
-Señor,
mi madre...
-Sé
que nunca me mentiría, Ximo-,respondí cabizbajo-
pero permitirme estar atónito ante lo que acaba de contarme. ¿Saben por qué?
¿Qué lleva a un padre a hacer eso?
Doña
Montse inspiró profundamente antes de contestar. Sabía que no era fácil de
asimilar lo que tenía que contarme, pero el deber le decía que me lo tenía que
hacerlo. Comenzó a hablar con la calma que te da la indecisión. A la vez que las
palabras salían de su boca, yo las bebía con el ansia de un hombre perdido en
el desierto. En ese momento no lo habría reconocido, ya que era dueño de la
osadía que te da la juventud, pero me sentía total y absolutamente perdido.
Siempre
pensé que mi Gala era víctima de un matrimonio concertado, en mis sueños imaginé
que dos días antes de la boda la raptaba y nos marchábamos lejos a vivir
nuestro amor. Bueno eso todavía era una opción a valorar, siendo sincero.
-Señorito
Luis, ¿me está escuchando?-preguntó Doña Montse haciéndome volver a
la realidad.
-Sí,
claro continúe-respondí
mientras recuperaba la concentración.
Doña
Montse me contó que después de la muerte de su esposa el señor Alfredo Ruiz
Guzmán, padre de Gala, había dilapidado su fortuna en juergas y casas de mal
nombre buscando llenar el vacío de su perdida.
Al
principio, la alta sociedad comprendió los excesos del señor Ruiz. Sin embargo,
él mismo fue poco a poco dejando de lado sus negocios para emprender unos
nuevos que poco beneficio le otorgaría. Durante esos años Gala se crió al
amparo de su niñera sufriendo no solo la pérdida de su madre sino también la
presencia fantasmal de un padre que no le prestó atención hasta que cumplió
quince años. En aquel año la pequeña niña delgada y poca cosa dio paso a una
preciosa mujer. Poseía la belleza de su madre, recordada en los círculos de la
sociedad por tener un rostro perfecto, y el porte de su padre que le hacían
lucir mejor que a ninguna joven los vestidos. Sin duda alguna, Gala llamaba la
atención. Era una pieza apreciada en la sociedad que todos los hombres
casaderos querían tener a su lado. Al enterarse su padre no lo dudó. El seño
Ruiz necesitaba dinero, las deudas le estaban ahogando y los acreedores le
amenazaban con embargar la casa donde vivían, la única que le quedaba.
Movido
por el interés, corrió la voz de que estaba dispuesto a recibir a todo aquel
que quisiera casarse con su hija. Y en todas las entrevistas que celebró hacía
la misma pregunta “¿Cuánto estás
dispuesto a pagar por mi hija?”.
Los
años pasaron mientras muchos de los pretendientes le tomaban por loco. La
sociedad pensó que los excesos habían hecho que se le fuera la cabeza y
tuvieron lástima por la joven. El día que su padre consiguió comprador para
ella huyó a Madrid avergonzado para refugiarse en casa de su tío.
Al
enterarse de lo que le estaba pasando a su sobrina el hombre intentó parar
aquella locura. Habló con su cuñado e incluso le ofreció saldar sus deudas pero
este no cedió, negó que hubiera vendido a su hija y reclamó su derecho como
padre. Él era el responsable legal de Gala y, como tal, le correspondía decidir
con quien podía o no casarse.
Creo
que no hace falta que diga lo horrorizado que quedé al enterarme de la vida la
bella muchacha. Pero, ¿qué clase de monstruo tenía por padre? ¿Quién era tan
desalmado para hacer eso con su única hija?
Tenía
que hacer algo. Ahora entendía la negativa de su tío al conocer mis
intenciones, comprendía porque me rechazó. Necesitaba hablar con él. Rezaba por
encontrar un aliado en esta locura.
-Ximo,
avisa al chofer-ordené mientras me aturullaban los
pensamientos-.
Regreso a Madrid.
